BIENVENID@S

Hola a tod@s, este blog está pensado para todas aquellas personas que estén muy muy de los nervios, y quieran seguir paso a paso mi evolución en este período de mi vida caracterizado por tres factores: SOLTERÍA, HISTERIA Y FAMILIA.

Asistiréis a mis visitas al psicólogo y os iré informando si realmente merece la pena dejarse la pasta en alguien que se limita a escucharte y que podría ser perfectamente tu mejor amiguísssssima con la salvedad de que después del café te pide dinero.

Espero que os guste. Cualquier sugerencia, no tenéis más que expresarla.
Junt@s lograremos superar esta crisis de nervios.

martes, 9 de marzo de 2010

90210: El número que salvó una década


Me masturbo furiosamente, casi contra natura, y el advenimiento del efímero goce me trae consigo una melodía fácilmente reconocible. Me doy un tiempo prudencial y hago como si no supiera de dónde viene, y sigo tarareándola hasta su fin... Se trata de la sinfonía de entrada de "Beverly Hills 90210", o como cruelmente se conoció en el país de Cervantes "Sensación de vivir", la serie que salvó una de las décadas más decrépitas de la historia, al menos del siglo XX (las guerras mundiales yo no las viví, así que me dan igual).

Corría el mes de abril de 1990 cuando los primeros episodios ya hacían furor en el corazón (o mejor dicho, corazoncito) de todos los españoles pre y adolescentes que nosotros éramos. Y es que no era para menos, la serie recogía todo lo que a una nueva España, preaznarista y neorrica podía necesitar. Jóvenes pijos (y algunos no tanto) que jugaban a ser dioses en un contexto lujurioso y cálido y todo ello emitido por una cadena privada... la demasié.

Y qué decir tiene la parafernalia del marketing que ello conllevó, como fueron los chicles de cinco pesetas (0,03 €) que guardaban tan maravillosas pegatinas con las que no pocos forrábamos nuestras carpetas, las gorras con el código postal 90210 que tanto y tan bien nos protegieron del temible sol de más temibles y proletarios lugares de vacaciones como campings y los pueblos de nuestros padres...

Todavía me sorprendo cuando recito de memoria los nombres de todos ellos sin tener que recurrir a la gran Wikipedia. Hagamos un breve repaso:

. Brandon: Imposible no comenzar por él. El guapo, el buen hijo, el magnánime, Su único error fue liarse con el cayo malayo judío con el que los guionistas le asociaron. Parece ser que éstos debían de estar muy familiarizados con la Soah porque sino no se explica. Su corte de pelo todavía sigue vigente en la actualidad y con él la gomina desbancó a la espuma definitivamente (bueno, Mario Conde también ayudaría pero de él hablaremos en otra ocasión).

. Brenda: La super hermana, la que aspira a parecerse a sus amiguitas ricas, vamos, lo que todas en algún momento de nuestra vida cuando nos presentan a alguien rico, o sea, genial. Y ni que decir tiene el día que pierde la virginidad con Dylan, vaya morbazo nos dio a más de cuatro.

. Dylan: El chico malo que todos quisimos tener como novio alguna vez. Una mezcla entre James Deen y Elvis Prestley que no dejó indiferente a nadie.

. Kelly: Mi debilidad, lo reconozco. Lo tenía todo: era rica, guapa, presuntamente inteligente (aunque eso es absolutamente lo de menos) y un poco putuca, que es lo que nos gusta y lo que nos hace ver que no estamos solas en este mundo de incomprensión. Para colmo, un día va y la viola un bollazo en su primera cita. ¿Se puede pedir más?.

. Dona: Pues poco o nada se puede decir de esta chica cuya trayectoria profesional puede compararse a la de Paris Hillton: "Papá, ¿me das curro?. Además era fea y su personaje anodino y completamente suprimible. Nunca conocí a nadie que se identificara con ella.

. Andrea: El punto negro de la serie. Lo tenía todo, al igual que Kelly, pero con otro tipo de matices: Fea (¿quién demonios hizo el casting?), pobre (vivía con su abuela en un chalé prefabricado, qué vergüenza), judía (encima la tía se lo restregaba por la cara a los pocos tíos que se interesaban por ella) y vieja (ni si quiera el buen trabajo de los maquilladores pudo evitar que se notara que ya había pasado la etapa adolescente hacía mucho). En fin, todos sabemos que acabón con Brandon, con lo cual la sociedad española la odió tanto o más que a Donna.

. Steeve y David: Los junto porque dos actores tan loosers no merecen la pena dedicarles una mención especial. El primero acabó con Dona, y el segundo, pues no me acuerdo, aunque tampoco me importa.

"Beverly Hills 90210" llegó a nuestro país en un momento en el que España se despertaba de un letargo económico, social, e incluso moral consecuencia de la resaca de años intelectualmente productivos. La movida madrileña había muerto y ahora el capitalismo y la globalización más feroces se iban a instalar, por fin y definitivamente en nuestros hogares, por eso, esta serie supo accionar la palanca del éxito, esa en la que los españoles aspirábamos a ser super guays y super modernos y super todomeencanta un una Europa que aún hoy, mejor dicho, sobre todo hoy, nos ve como unos ordinarios venidos a más.

domingo, 21 de febrero de 2010

DE CÓMO ME DI CUENTA DE QUE NO ERA COMO LOS DEMÁS

En realidad siempre lo había sospechado. No hacía falta ser un lince para darse cuenta, o haber estudiado un máster en psicología evolutiva para darse cuenta de que yo no era como el resto, pero cuando uno tiene tan corta edad, pues se cree que todo es normal por el hecho de que los prejuicios sociales todavía no han hecho mella.

Al principio todo me parecía muy normal como ya digo, y nada me inquietaba aparentemente. El problema comenzó durante mi primera escolarización, la tan añorada Educación General Básica. Corría el año 1991 y Europa se estremecía ante las desoladoras imágenes de la guerra de los Balcanes. Alguien externo a mi colegio vino un día a presentarnos un vídeo sobre el conflicto. Por cierto, algo políticamente incorrecto en la actualidad porque las imágenes eran verdaderamente traumatizantes para niños de entre 10 y 14 años, pero estoy seguro de que el tipo no lo hacía con ninguna mala intención, simplemente la de concienciarnos de la sinrazón de la guerra, cualesquiera que fueran sus causas.

Mientras visionaba aquella sarta de horrores con niños desangrados (quizás desfallecidos, quizás muertos), mujeres atacándose entre ellas por llevarse a la boca un mendrugo de pan, o niñas violadas que vagaban con la mirada perdida entre los campos de concentración, empecé a darme cuenta de que no sentía absolutamente nada, de que la indolencia más completa se había apoderado de mí con una sutileza, entre lo pasmoso y lo obsceno, que llegó a asustarme.

Al ser yo un niño pizpireto y muy redicho, casi insolente, me daba cuenta de que todos mis compañeros, aquellos críos que me rodeaban con compungidos gestos estaban esperando de mí la reacción última del dolor y la angustia, esto es, mi llanto.

Y como desde bien pequeñito mis padres me han enseñado a darle a la sociedad lo que ésta espera de mí, no pude por menos que echarme a llorar, sacando las lágrimas de un desierto ocular que respondía al hecho de mi vacío sentimental. Que yo recuerde, ésa fue mi primera gran actuación de cara a la sociedad para no ser desenmascarado: Yo no tenía sentimientos, había nacido vacío e impertérrito, lo cual siempre he encontrado una virtud más que un defecto pues me permitía observar la realidad con mayor objetividad.

De hecho, siempre supe que mi madre fingía no saberlo, y le encantaba comportarse como una madre normal cuyo hijo tiene ganas de sentir y vibra con palpitaciones de alegría, pero quizás se culpaba por la maldita herencia que me había transmitido: Ella tampoco sentía nada. Por eso yo también hacía como que no lo sabía, para que no se sintiera como un monstruo. Curioso juego éste pensaba yo mientras la espiaba a escondidas.

Con el paso de los años, llegó la adolescencia, y yo imitaba los comportamientos de los prepúberes a pies juntillas. Qué fácil es pasar desapercibido, me solía repetir interiormente cuando expresaba un presunto flechazo por alguien o dibujaba corazones con iniciales dentro.

Mi etapa preferida era el verano. Había que elegir una víctima y declararte enamorado de ella durante los meses estivales hasta que llegara septiembre y la vuelta a las clases te permitiera olvidarla. Era tan sencillo el juego de la vacuidad...

Llegado ya a adulto, la sociedad esperaba de mí una pareja, y yo no estaba dispuesto a decepcionarla. Seleccioné con esmero la víctima, aunque no fue difícil, pues ahí también fingí un presunto flechazo, y seguí con atención todo el protocolo que tan estudiado tenía a mi alrededor: Cortejo, llantos de angustia por desesperación, declaración, primer beso... Todo salió a pedir de boca, incluso llegué a creer, no sin cierta ingenuidad, que me había curado del concepto que hoy quiero confesaros, mi incapacidad emocional.

Tras algunos años felices (no hay que olvidar que la sociedad premia a los que siguen sus dictámenes) huí, bien lejos, donde pudiera empezar de cero, ya que empecé a creer que mi propia pareja me había descubierto y sólo el mero hecho de que se supiera que no era como el resto me aterrorizaba. Había llegado el momento de condenarme yo mismo al ostracismo. Incapacidad emocional rima con soledad. Son dos conceptos que van el uno con el otro. Y eso lo sabe quien lo padece.

Hoy me decido a escribir estas líneas como una llamada de socorro. El blog se titula "Mi terapia Psicológica: Camino hacia ninguna parte" y no es por casualidad. Quiero purgar este dolor que consiste precisamente en eso, en no sentirlo, y creo haber empezado la senda correcta para conseguirlo, el problema es que no sé a dónde me llevará.


lunes, 22 de junio de 2009

LA PRUEBA DEL CRIMEN ESTÁ HECHA DE FIBRA


Bajo las escaleras de mi casa sudoroso, casi compulsivamente, como si alguien estuviera siguiéndome con un cuchillo por la estrecha escalera de servicio en la que me encuentro (bajar por la escalera normal, que es más ancha, o por el ascensor, me parece hoy un acto de ostentación). Llego hasta la puerta, me echo encima, la empujo violentamente; sin embargo, me dejo inundar por el solecito que me saluda esta mañana y me pongo a caminar muy lentamente como para observar y comprender mejor aquello que veo todos los días.


Y efectivamente. Paso delante de la tienda de ropas de segunda mano que se encuentra justo al lado de mi casa, y algo me dice que debo ralentizar aún más el paso. Sigo de cerca los pasos de una niña que juega con una piedra en el suelo, y cuando me quiero dar cuenta, ya he traspasado el umbral de la puerta del establecimiento. Una extraña sensación energética se apodera de mis sentidos...


Empiezo a mirar a mi alrededor: Me hallo rodeado de cadáveres textiles apiñados los unos contra los otros, sin ningún respeto, que parecen pedir clemencia y que alguien se los lleve para tener una muerte digna. Algunos hablan por sí solos. Todos han tenido un pasado.


Casi instintivamente paso la mano encima de una camisa blanca de hombre. La separo del resto para mostrarle mi solidaridad y me doy cuenta de que tiene la marca difuminada (quién sabe si mal borrada) de un pintalabios rojo pasión en el cuello. "No quiero tus explicaciones, ya he tenido bastante", le habría dicho ella, "Sólo quiero que no me odies, que no guardes un mal recuerdo de mí", le respondió seguramente él, "Que te vaya todo bien", insistiría ella, haciendo gala de una elegancia orgullosa sacada de ninguna parte y un esfuerzo titánico para mantener el llanto delante de aquél que le hubo traicionado, para cerrar la puerta con un seco golpe y fundirse en un océano de lágrimas encima de lo que hubiera sido el lecho nupcial durante mucho tiempo.


Continúo desplazándome entre tanto despojo de fibra como un autómata, y piso sin querer una camisetita de tirantes morada, algo tímida, cuya asimetría y deformidad evidencian de forma contundente una atopsia más que sencilla. Aquella calurosa noche de julio ella no aguantó más el frenético deseo de verle, y le mandó uno de esos eseemeeses en los que no se dice nada pero se dice todo. Él, tardó muy poco en presentarse en la puerta. Ella creyó que se le salía el corazón del pecho cuando sonó el timbre, ya no había marcha atrás. Estaba a punto de cumplir aquello de "la mejor manera de resistir a la tentación es sucumbir". Abrió la puerta. Los saludos, las fórmulas sociales estaban de más. Sabían perfectamente que estaban fuera de la ley, que ambos eran culpables de deseo, y ello les daba permiso a comenzar lo antes posible. Él se abalanzó sobre ella que apenas pudo cerrar la puerta; la besaba con fuerza, introduciendo bien la lengua para hacerle comprender que aquella noche todo era posible, no había sitio para el pudor. Ella, contra la pared, le rodearía con sus piernas como haciendo un esfuerzo sobrehumano para que ambos sexos se encontraran. Él, sobreexcitado por sus prominentes pechos, intentó desgarrar esa maldita camiseta de tirantes que se negaba a abandonar el cuerpo de su propietaria; no tuvo más remedio que tirar de ella violentamente y hacia abajo para poder comer esos pezones como si de un elixir libidinoso estuvieran cargados.


Decido dejar la prenda en un lugar apropiado, con otras camisetitas, todas tendrán muchas historias que contarse entre ellas, me digo para tranquilizarme, y empiezo a sentirme mal. Cada cosa que toco me cuenta su particular pasado y una frustración que no puedo explicar empieza a apoderarse de mí. Mi vida es aburrida, le digo a un abrigo de pieles sintético que alguna adolescente sin personalidad habría utilizado para creerse elegante, yo no puedo hacer nada por vosotros.


Compro un pañuelo de algodón que todavía emanaba restos de dignidad, y verso en él algunas lágrimas sin que me vean unas destartaladas bufandas que en pleno mes de julio me resultan aún más patéticas si cabe. Inmediatamente después vuelvo a ponerme a caminar de manera nerviosa, casi compulsiva, por las calles de la ciudad.

martes, 17 de junio de 2008

EL ASESINO DE LA ESCALERA


Pues sí amigas, sí, otra vez he vuelto a ser víctima de una de mis andanzas más surrealistas de mis últimos seis meses. Pero esta vez, a diferencia de la china que me mordió la mano en una conocida estación de trenes, ha sido una experiencia verdaderamente terrorífica, más por el miedo que pasé por las horribles ganas que tengo de compartirla con vosotras queridas lectoras que me veneráis.



Andábame yo pía y serena en mi casa, tranquila, como una mujer más que planta cara al desidio de esta infame vida que por desgracia a algunas nos ha tocado vivir desde que el Prozac ya no está cubierto por la seguridad social y nos obligan a ingerir el maldito genérico que por mucho efecto similar que tenga es una basura, cuando, como decía, alguien sonó a la puerta.



Como yo soy una moderna convencida, y todas lo sabéis, en el pasillo de la escalera hay unos fotosensores, que son lucecitas divinas que se encienden en cuanto algo invade el espacio del pasillo. Pues bien, quiso la mala suerte que ese día, la lucecita que pasa justo por encima de mi puerta estuviera fundida, con lo cual, ahí no se veía nada.



Ante el ruido del timbre, reaccioné, de una manera casi automática, abalanzándome contra la mirilla. Efectivamente ágiles lectoras, ahí no se veía absolutamente nada. Bueno sí, una silueta, evidentemente negra, de alguien que esperaba ansiosamente a que yo abriera la puerta, a juzgar por su postura sinuosa y la mano apoyada contra su cadera...



- ¿Quién es? , pregunté inquieta, y pegué la oreja a la puerta.

- Auuauuu auuuaaauuau, creí entender.



Como bien habréis podido imaginar, la única traducción posible a semejante frase de idioma remoto es: "Intenta visualizar algo bonito, porque será lo último que registren tus retinas después de arrancarte los ojos".



El miedo empezó en ese momento a apoderarse de mí. Bien es cierto que tengo multitud de enemigas, y que entre vosotras, queridas lectoras, más de una me arrancaría la piel para hacerse un vestido e intentar así nutrirse de mi genialidad, pero en ese momento no entendí por qué alguien quería matarme de esa manera, sin haberme prevenido si quiera, sin decirme las razones, de una manera tan protocolaria, llamando a la puerta, sin ni si quiera una historia de complot o algo así para al menos morir de una manera original.



- ¿Quién es?, volví a repetir con la esperanza de poder entender mejor la anunciación de tan trágico desenlace.

- Auuuauuu auuuuu Uauauaau



En ese momento lo comprendí todo. No iba a ser posible un entendimiento entre aquel asesino y yo. Sus razones para matarme pesarían en su cabeza tanto como las mías en mi cerebro para seguir vivo, así que no habría diálogo por medio. Estaba aterrorizada. Pensé en mi infancia entonces, y después, en mi adolescencia. Juzgué en ese preciso instante que quizás habría vivido demasiado, y ya habría hecho todo lo que tenía que hacer. Fue en ese momento cuando una súbita paz invadió mi cuerpo. Un pensamiento salomónico se instaló definitivamente en mi cabeza: Cuanto antes abra la puerta, antes me matará, y antes habré acabado con esta situación.



Morir tan joven y bella no me hacía mucha gracia. Pero el hecho de sentir que había arreglado las cuentas conmigo mismo en el autojuicio de moral que me practiqué antes de ser asesinada me hacía sentirme francamente bien. Iba a morir dignamente, asesinada, pero dignamente, así que no me lo volví a pensar por si acaso me arrepentía. Abrí la puerta de una manera brusca para recibir como se merece a la persona que te va a matar.



El desenlace no pudo ser más trágico. Ni decepcionante. Una bella mestiza, un poco desgarbada en sus formas pero graciosa de cara, recién salida de ninguna parte me decía sonriendo y con tono jocoso: "Ha olvidado usted sus llaves metidas por fuera de la puerta. Ponga atención, nunca se sabe". Entonces la miré perpleja, casi enfadada. Llevaba puestas unas ridículas gafas redondas, de esas para astigmatas que te hacen los ojos más grandes y tenía el pelo atado de cualquier forma con la primera goma que había encontrado por ahí. "Muchas gracias, es usted un encanto", me vi obligada a responderle siguiendo el protocolo. Y añadí: "Con gente como usted, alimento la esperanza de que todavía queda gente buena en este mundo".



Y con un cierto aire de tristeza, obsesionada ante la idea de que en mi vida hace mucho tiempo que no pasa nada interesante, cerré la puerta convencida de que esa mujer era una especie de ángel hipermétrope que quería ayudarme a rellenar el post de este mi humilde blog.

martes, 27 de mayo de 2008

VAGINA DENTATA


Ese era el argumento central de la película que he visto hoy, Teeth, dirigida por Mitchell Lichtenstein. No voy a entrar, queridas amigas, en el análisis fílmico del asunto, para eso ya está mi amiga Perlitíssssima, pero hoy os quiero hablar del problema, o mejor dicho, problemón que tenía su protagonista, rubia monísima: su vagina... ¡tenía dientes!.

Por lo visto, en casi todas la culturas del mundo y de todos los tiempos ha existido ese mito, el de la vagina dentata, que si lo dices en latín pues suena como que es una enfermedad sexual más elegante de lo que puede ser la sífilis o peor aún, las ladillas. La explicación probable sería la de justificar el miedo del hombre a entrar en esa senda oscura y a veces maloliente que representa al conducto sexual femenino (seguro que esta hipótesis se la ha inventado alguna científica de la Lesbos' University). La tradición dice que el verdadero galán, ese, no será mordido por la vagina dentata.


Y ni que decir tiene la de estragos que causaba la niña cuando el maromo de turno que se la quería trajinar no la gustaba... Lorena Bobit tiembla que la competencia es muy dura.


El caso es que tras acabar la película (la cual os recomiendo encarecidamente) me he tocado yo mi vagina espiritual, y me he preguntado si no estará también plagada de dientes, afilados, amenazantes, ávidos de destrucción, lo que hace que fracasen mis relaciones. Me pregunto a cuántos hombres habré yo matado espiritualmente una vez que hayan intentado asomarse a mi alma, o lo que es peor, a mi vagina espiritual.


Yo que en seguida tengo que hacer un drama propio de aquello que me rodea, por supuesto ya estoy más que convencida de mi problema dentario, así que ahora me pregunto por qué, por qué acabo mordiendo a todo el que me rodea si yo lo que quiero es amor...


Pues mira, ya tengo reflexión para el psicológo. A ver si cojo ya cita con uno bueno, de pago por supuesto, que se me están pasando los meses y como sigáis leyéndome y dejando vuestros comentarios a este paso me curo sola. Y eso sí que no. No quiero ser la única fracasada de mis 89 mejores amigas en no haber asistido a una terapia ni de la gestalt, de de brainstorm, ni nada de nada.


Con todo mi más gingival cariño, sempiternamente vuestra, se despide de vosotras, que me amáis,


Keki.

martes, 26 de febrero de 2008

DE PUERTAS PARA ADENTRO: QUIÉN ME LO IBA A DECIR...



Pues resulta que lo han dejado. Estoy hablando de mi amigo... bueno, es que no puedo decir el nombre porque le prometí que no diría nada, pero claro, esto que hago aquí es escribir, que no es lo mismo que decir, aunque de comunicación se trate. Y además este Blog no lo lee nadie así que mejor desahogarme por aquí que no llamando a una de mis 89 mejores amigas que son unas cotillas asquerosas y pueden chismorrearlo todo a los cuatro vientos.


El caso es que el otro día quedé con el susodicho para tomar un café, hacía tiempo que no nos veíamos, más que nada porque vivimos a 3000 km la una de la otra, permítanme que nos tratemos en femenino porque así me siento como más cómoda, y yo la veía a ella, a mi amiga como muy distante, como queriendo evitar el tema central de su vida, su leit motiv, su novíssssimo de toda la vida.


Mi amiga es una bellísima persona. Evidentemente, sino, no sería mi amiga. A pesar de estar siempre en mil ocupaciones distintas como el rastrillo navideño para los pobres, su trabajo al frente de un hospital, sus ocupaciones familiares, siempre encontraba un hueco en su apretadísima agenda para colmar de gozo y felicidad a su extraño novio. A mí nunca me pareció trigo limpio, y perdonen que sea tan agorera, pero ese chico que consiguió guardarla durante 7 añazos como siete soles, siempre tenía una mirada torva y desconfiada para conmigo, la que se supone que era la íntima, la cuñadíssssima casi, incluso en alguna que otra ocasión se había inventado alguna que otra historia malintencionada con respecto a mí para justificar su mala baba.


Mi amiga, como les decía, enamorada como estaba, siempre nos hacía partícipes a todas de su implacable felicidad. Sus magníficas vacaciones, su gozosa vida de casada petulante, su acogedora familia política...


Pero a mi no me engañan. Como dice alguien que yo conozco, "a la cárcel no se puede ir a robar". Yo ya llevo muchos años en la calle y he visto muchas cosas. Yo sabía que tanta felicidad a raudales desafía las leyes de toda física y química. Mi amiga mentía y ella lo sabía. Siete años son siete años y yo no soy tonta.


Pues bien, como les decía al principio, el otro día quedé con ella después de casi un año sin vernos. A mí ya me habían puesto en alerta acerca de la extraña relación que llevaba con su novio, y claro, como la otra se me andaba por las ramas, tuve que recurrir al viejo truco de poner cara de "todomeencantayteapoyaréentodocuantotúnecesites" y formular aquello de "¿Bueno, y, qué tal con tu chico?".


Entonces (ya era hora), se derrumbó con una gélida mirada hacia el suelo y empezó a contarme el estrepitoso final de aquella relación que yo no aprobé desde el minuto uno, todo sea dicho. Resulta que debajo de tanta felicidad incontenible, escandalosa, insultante diría yo, se encontraba todo un infierno de adicción a las drogas de diseño por parte de ese chico tan reservado para mi amiga, tan oscuro para mí. Por lo visto, y por si fuera poco, sufría además de un trastorno bipolar que amenazó en múltiples ocasiones la integridad psicológica de la protagonista de mi historia y para poner la guinda al pastel, mi amiga habría prestado una ingente cantidad de dinero al sujeto ese con la intención de adquirir sustancias ilícitas...

En realidad no me vanaglorio de esta triste historia, de hecho, ando luchando últimamente por copar los primero puestos en la agenda de mi amiga para poder estar con ella el mayor tiempo posible, pero nunca van a dejar de sobrecogerme las historias de parejas en las que es oro todo lo que reluce y la felicidad es el estandarte con el que se anuncian en todo tipo de actos sociales. ¡Todo eso es imposible!, y el que diga lo contrario, miente. Como se suele decir, en todas partes cuecen habas. Y si no, al tiempo.

lunes, 25 de febrero de 2008

SOY UN ESCRITOR FRUSTRADO

Hola a todo el mundo,

Hoy he vuelto a entrar al blog con la sana esperanza de que alguien lo hubiera visitado, pero no es el caso. Y no me importa, puesto que la idea de esta bitácora de a bordo era desde un principio descargarme psicológicamente de todos los demonios que llevo dentro. Vamos, una terapia.

Pero voy a serles sincero, quiero fama, quiero que las empresas de internet reconozcan el mérito de mis posts, quiero que me den un premio, quiero salir en la tele y que mi foto ocupe las pantallas de numerosas páginas webs... Echo una ojeada a otros blogs que utilizan el mismo servidor que un servidor, y todos tienen diseños maravillosos que yo no sé cómo demonios lo han conseguido sin ser hijos ilegítimos de Bill Gates, porque yo ya he probado todas las plantillas y sólo he podido conseguir este humilde diseño. La competencia es odiosa.

Todavía no he pedido cita para ir al psicólogo a contarle lo infeliz que soy, que no tengo pareja, que me encuentro en una situación de aislamiento total y que pudro a conciencia todas aquellas relaciones que osan (y bien digo osan) intentar cualquier tipo de trato conmigo.

Aunque tiempo al tiempo, todo es cuestión de que encuentre al profesional adecuado y de darle los argumentos oportunos. Porque yo me imagino, que te sientas frente al especialista, que te empieza preguntando tus datos, a hacer una ficha, etc, pero al cabo del rato, irremediablemente te preguntará: ¿Y bien, qué le trae por aquí?. Ahí es donde yo me pierdo, no tengo ni idea de qué decirle, estoy perdido, sí, me siento solo, fracasado, de acuerdo, pero todo ello es completamente superficial y falto de contenido sólido.

Definitivamente, soy un escritor frustrado.